48 DIAS

48 DIAS
Por qué a mi?

EL INFIERNO EN LA TIERRA

     Aquella algarabía que se podía escuchar desde el pabellón de varones, solo era comparable con el tremendo holgorio que producían las fiestas patronales en el mes de Agosto en la capital, en conmemoración del negrito de la sierrita. Entre silbidos, risas y anécdotas, claramente se resaltaban los sobre nombres que en  forma única utilizaban los reclusos para identificarse, en lugar de sus nombres propios, parte de un lenguaje coloquial entre pandillas. Entre los temas de conversación, sobresalía el más cotidiano del momento: ¿Cuándo llegaría la tan ansiada libertad?. Realmente era tal el ruido, que nadie pudo presagiar que todo  aquel revuelo terminaría en forma sorpresiva y dolorosa. Desde donde Gabriel, se encontraba oyendo a sus compañeros de fortuna, no logró escuchar aquellos pasos  del viejo militar, quien sigilosamente se había escurrido desde el puesto de mando hacia el corredor de las viejas celdas, en donde se estaba realizando aquel festín.


        De pronto,  aquel conocido ruido originado por una de las tantas pesadas y sarrosas puertas de hierro, interrumpió de golpe el ambiente de aquella amena fiesta entre los presos. Luego él pudo determinar que el ruido provenía de la celda número seis, donde se alojaba un joven detenido de veintiséis años, de piel curtida, vestido con solo su ropa interior desgajada, ante quien imponente apareció la figura sombría del sub comisionado Benavides, quien sin previo aviso y convirtiéndose en juez y parte, se abalanzó sobre él,  aplicándole inmisericordemente la pena administrativa que le correspondía al recluso por su osadía a comunicarse entre sus infortunados compañeros de prisión.

        El espacio interior de esa celda completamente a oscuras, de aproximadamente siete metros de largo por cinco metros de ancho, se ilumino ante los destellos que producían las descargas eléctricas del aparato que manipulaba el oficial contra la piel del desdichado joven, seguidos de gritos de dolor.  En total Gabriel pudo contar tres zumbidos continuos emanados de aquel tenebroso dispositivo.  Desde la celda número tres, Gabriel, yacía en su litera impotente, escuchando aquellos desgarradores gritos, y aún, sin ser testigo ocular frente aquella crueldad, la tensión que los mismos transmitían, fue más que suficiente para que todos los detenidos, sintieran el castigo como si fuese en su propia piel. Esa situación contrastaba con los momentos de alegría y risa, que minutos antes habían protagonizado los reos, no como una expresión contra las autoridades sino  como un medio de olvidar la precaria situación que vivían en aquel tenebroso encierro. Luego de eso, un silencio sepulcral se apodero del pabellón de aquellos desdichados. 
SIGUE AL PROXIMO CAPITULO: LLEGO EL DIA NEFASTO